lunes, 6 de noviembre de 2017

cronica del ultimo ataque de tiburon blanco a un humano


Me mordió un tiburón
Famosa escena de la película 'Tiburón'.
No vio la aleta. En realidad no veía nada. La espuma era tan abundante que ni siquiera distinguía las rocas que tenía bajo sus pies. Agosto de 1989. Isla de Sal. 40 grados y mucha humedad. Iñigo y su hermano Pedro, un año mayor, habían decidido viajar desde Getxo hasta Cabo Verde, buscando olas y aventura. Han pasado 23 años. Pero hace 10 días pensé en él. Fue tras saber que un surfista había sido devorado en California, por un gran tiburón blanco de cinco metros. Sucedió en una playa, que está a 240 kilómetros al noroeste de Los Angeles, donde ya hubo un ataque mortal en octubre de 2010. Y en Australia han sufrido cinco ataques mortales en diez meses. La última víctima ha sido un surfista australiano, al norte de Perth.
El aumento de los ataques de tiburón blanco en las costas de Australia ha llevado a las autoridades a plantearse la protección de este depredador de los océanos. Vaya por delante que si hay un depredador, es el hombre. Y que el tiburón está amenazado de extinción. Pero pertenezco a la generación marcada por la película. Desde las navidades del 75 me cuesta bañarme en ciertas aguas. De ahí que regresara a mi mente este getxotarra, que fue mordido por un tiburón.
Iñigo y Pedro Vilallonga llevaban 15 días en Cabo Verde. Una tienda de campaña y las tablas. Los hoteles se podían contar con la mano mala de Garfio. Y aunque había un puñado de turistas, incluso algún paisano que había puesto su felpudo allí, surfeaban solos. –Estábamos en un pico, ya sabes, donde empieza a romper-, contaba Iñigo por teléfono. Mi cuñado y profesor de surf, Javi Bizkarguenaga, me había conseguido su número y volvimos a compartir charla. Su voz no había cambiado en dos décadas. -Era un pico de derecha y muy bueno-. Llevaban dos días con buen nivel. Olas de metro, metro y medio. Perfectas para divertirse.
El agua le llegaba por la cintura. -Había terminado de coger la ola y regresaba al pico-. El día anterior unos furtivos habían tirado al mar restos de una tortuga. Estaba prohibida capturarlas, pero las cogían. Una de las consecuencias es el daño que hace a las tortugas que desovan en esas playas. La otra, los tiburones. -No solo se acercan más, sino que pueden confundirte con una desde abajo-. Y eso debió pasar. -En un principio creí que mi mano había chocado contra las rocas-. Pero, al revolverse, lo vio. Un morro blanco y chato, cuerpo gris con alguna raya y varias hileras de dientes. La espuma lo envolvía todo. -Pero lo vi-. Sintió un agudo dolor. Y comprendió que le había mordido. Sacó mano, justo a tiempo, para que no se la arrancara o le arrastrara al fondo. Al hacerlo, se rasgó la mano. Aun así, se mantuvo encima de la tabla.
Aprovechando la primera espuma alcanzó la orilla. -Iba con los pies levantados-. Al llegar, comenzó a gritar a su hermano. Le picaba mucho la mano. En un principio creyó que la había perdido. Sangraba abundantemente y en aquella playa desierta, una hemorragia, era letal. Pedro se sentó en la tabla a 50 metros de la orilla y le recriminó que le cortara una serie tan buena. -Al comprender que me había mordido un tiburón, salió pitando-. Le hizo un torniquete y corrieron hacia Santa María, el pueblo más cercano, a más de un kilometro de distancia. El único médico estaba en un hotel. Le localizaron, le cosió y le dio calmantes.
Fue tal el revuelo, que acabaron entrevistados por los medios locales. Día y medio después volaban a Lisboa. Desde allí llamaron a casa, sin desvelar mucho. Llegaron a Bilbao, en tren, el último sábado de Aste Nagusia. -Eran las 8 de la mañana-. Nada más llegar a Las Arenas se duchó y se presentó en el ambulatorio. Le mandaron a Cruces. –Tenía todo infectado y tendones cortados-.
Tras 15 días drenando, le operaron. -Gracias al doctor Erkiaga recuperé la mano. Me falla un dedo, pero la tengo bien-. Tuvo suerte. No era un blanco, era un tigre. Pero protagoniza más ataques. Hablamos de un depredador solitario que lo devora todo. En la película de Spielberg los pescadores de Amity capturan un tiburón tigre creyendo que era el culpable de las muertes. Y al abrirlo encuentran…¡la matrícula de un coche! Aunque las referencias al tigre en la película no acaban aquí. Quint, Robert Shaw, desvela que fue uno de los supervivientes del ataque de tiburones tigre, tras el hundimiento del Indianápolis en la II Guerra Mundial. A decir verdad es una errata. Eran oceánicos de punta blanca. Pero aun así, el relato es estremecedor."…una de sus características es sus ojos sin vida, de muñeca, ojos negros y quietos, cuando se acerca a uno se diría que no tiene vida, hasta que le muerde, esos pequeños ojos negros se vuelven blancos y entonces ah... entonces se oye un grito tremendo y espantoso, el agua se vuelve de color rojo, y a pesar del chapoteo y del griterío ves como esas fieras se acercan y te van despedazando".
Preguntado por si volverá algún día a las aguas de Cabo Verde, Iñigo responde que le tienta. Aunque hay un pero. Si bien no le costó volver a meterse en el mar, no puede evitar recordar el ataque. Llegados a este punto, le pregunto si tiene pesadillas. –Alguna tuve, pero no muchas. La peli Tiburón me impresionó más-. Le creo. Nació en el 64. Un servidor en el 66. Y hoy es el día en que meto la cabeza bajo el agua y escucho la música de John Williams. Una tuba y dos notas. Los latidos de uno de los seres que más curiosidad, terror y atracción me ha provocado a lo largo de mi vida. El que domina el mar desde hace 400 millones de años. El Tiburón.

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