Fascinación, intriga y miedo son sentimientos que han surgido en los humanos cuando encuentran dientes de tiburón. Las primeras personas que encontraron dientes fosilizados de la especie, no sabían qué hacer con ellos. El naturalista romano, Plinio El Viejo, escribió en el siglo I que habían caído del cielo durante los eclipses de luna.
Plinio no sabía que se trataba de los fósiles vertebrados que con más facilidad se encuentran en el planeta: los hay en las playas, las praderas, las cimas de las montañas, los desiertos y en los cauces de ríos. Gracias a esta disponibilidad, en la Edad Media se afirmaba que los dientes de tiburón eran las lenguas de las serpientes que San Pablo había convertido en piedra durante su visita a las islas de Malta. Se les llamó glossopetrae, y fueron usados como talismanes que protegían de la mordedura de cualquier reptil.
Esta creencia se derrumbó en el siglo XVII, cuando el científico Niels Stensen estudió la cabeza de un tiburón blanco y advirtió que las “lenguas de piedra” eran en realidad los dientes de ese tipo de tiburón que habían pasado por un proceso orgánico. Entonces, se desconocía lo que era la fosilización. Ahora se sabe, además, que la abundancia de fósiles de dientes de tiburón se debe a que es una especie cuyos ancestros han habitado los océanos desde hace 400 millones de años.
La belleza de lo desconocido
Existen más de 350 especies de tiburón; algunos pueden ser tan grandes como el tiburón ballena de 12 metros; de rara apariencia como el tiburón martillo o pequeños como el tiburón pigmeo de 22 cm. Paradójicamente, cuando se menciona la palabra "tiburón" la gente piensa en el tiburón blanco que, además, ha sido caracterizado de manera errónea como un monstruo de los mares.
El tiburón blanco es un ser fascinante: es un hábil y sagaz nadador, capaz de recorrer hasta 20 mil km. Es curioso y, a veces, levanta su cabeza sobre el agua, con el fin de ver si hay alguna presa cerca. Por lo general, éstas son ricas en contenido energético (grasa) y una sola mordida le basta para determinar si lo tiene. Es un hecho que los humanos no forman parte de su dieta.
Los tiburones blancos emprenden largos viajes en busca de alimento.Generalmente lo encuentran en costas donde se congregan mamíferos marinos, y son fieles a esos sitios. México es un lugar privilegiado para conocerlos, pues cada año llegan a Isla Guadalupe –en el Océano Pacífico- tiburones blancos hembra y jóvenes en busca de comida y de refugio. En este lugar, ubicado a 260 km de la península de Baja California, se congregan especies que forman parte de su dieta: lobos marinos, elefantes marinos, rayas y atunes.
Dado que el tiburón blanco es una especie migratoria, poco se conoce de su vida. Se calcula que puede vivir 30 años o más. Pero aún no se sabe dónde nace, cómo se cría y cómo los jóvenes se integran a las poblaciones de adultos.
Su historia evolutiva se ha trazado gracias a los fósiles de dientes. Sin embargo, no ha sido una tarea fácil porque son prácticamente la única pista con la que se cuenta.Su cuerpo está compuesto de cartílago (como la nariz y las orejas humanas) que, por lo general, se desintegra con rapidez. El asunto se complica aún más porque sus dientes no se encuentran tan fácilmente como los de otros, como el tiburón toro o el tiburón tigre.
La naturaleza nos llama
El tiburón blanco está en la lista roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Está en peligro porque es víctima de la sobreexplotación y de la pesca incidental.
Desde 2007, la Alianza WWF-Telcel apoya en Isla Guadalupe el programa demarcaje ultrasónico de tiburones blancos, con el fin de investigar su comportamiento, movimientos alrededor de la isla, hábitos alimenticios y cómo los afectan las actividades humanas. Te invitamos a conocer más sobre esta especie y unirte a su conservación. Proteger al tiburón blanco implica resguardar la biodiversidad de los mares mexicanos. La naturaleza nos llama, respondamos juntos.
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