Los tiburones son atraídos por la tripulación por medio de un ingenioso ardid: se arroja al mar un generoso bocado de pescado, que congrega también a las gaviotas y a copiosas legiones de peces, invitados a un ágape submarino
El celuloide los presenta siempre de manera nefanda e injusta como terribles depredadores despiadados y monstruosos que moran en los mares en pos de bañistas negligentes.
Pero esa mancha aciaga y desafortunada es en mi opinión extremadamente novelesca y desaforada.
Los tiburones blancos, esos escualos enormes de faz aterradora y figura aerodinámica, no son ni mucho menos los desaprensivos cazadores oceánicos ávidos de sangre, cual vampiros adaptados a la quietud de las simas marinas.
Es la impresión que me queda después de avistarlos en privilegiados primerísimos planos desde la cubierta de un barco en Gaansbai; capital mundial del tiburón blanco.
Pero antes de comenzar mi relato sobre la cita con los escualos, un breve proemio de ruta y cuaderno de bitácora.
El alojamiento de hoy se halla en el playero pueblo de Hermanus, del cual, ya di una efímera referencia en mi artículo previo (MOSSEL BAY).
El Baleens Guest Houseparece un lugar apartado e idóneo para desconectar del globo terráqueo y convertirse en eremita anacoreta por unos días. Aquí, los huéspedes lo único que pueden hacer es reposar el alma y el cuerpo para alearlos con la mansedumbre circundante.
Quien siguiera la crónica de Mossel Bay, habrá contemplado algunas fotografías de Hermanus, las dos últimas, a pie de página, pertenecen precisamente a las inmediaciones del mencionado hotel Baleens Guest House.
Mi recomendación, para quien decida parar aquí, es bajar a mano derecha de esta hospedería y tomar un sendero corto entre juncales y bosque que desemboca en unas maravillosísimas marismas que se asoman a un paraje precioso.
Hermanus, sin embargo, se desarrima de la quietud lenitiva y se torna ambiente turístico y estival con vistas a la playa, una vez nos acercamos al núcleo de la localidad.
Abundan ya en el epicentro neurálgico los restaurantes, tiendas, gente que va y viene. Se entremezclan como una marea humana. Es un buen lugar para comprar figuritas de madera talladas: leones, jirafas, hipopótamos, cebras, también máscaras preciosas, objetos de artesanía, cuencos, vasijas, tambores, canastos, espejos, abalorios rícamente decorados, etc....
Ahora me esperan los tiburones...
Dejo atrás la "farra" de Hermanus y me adentro en el mar. Gaansbai Es la capital mundial del tiburón blanco y pretendo averiguar si es coherente tal calificativo.
Efectívamente no pasa demasiado tiempo cuando mis expectativas se ven sobradamente colmadas.
La gran mayoría de los integrantes de este grupo de aventureros que viajamos conKananga se introducen en una inmensa jaula y descienden al mar para ver a los tiburones blancos cara a cara, separados únicamente por la metálica frontera de la jaula.
Es un espectáculo único, una singularidad de la que se benefician mis osados compañeros. Yo, opto por quedarme en cubierta para hacer fotografías de los escualos y las decenas de gaviotas, que revolotean en torno a la embarcación como un enjambre de ángeles estrepitosos.
Los tiburones son atraídos por la tripulación por medio de un ingenioso ardid: se arroja al mar un generoso bocado de pescado, que congrega también a las gaviotas y a copiosas legiones de peces, invitados a un ágape submarino.
Ya todos reunidos en gregaria comitiva, los tiburones emergen en busca del señuelo, mientras las gaviotas tratan de escamotearle al mar algunos peces distraídos, que acuden en masa para disfrutar del inesperado manjar vespertino.
Después de esta jornada generadora de adrenalina y emociones, partimos ya hacia Ciudad del Cabo, entre paisajes hermosísimos que parecen clones de los valles norteños de España.
Me cuenta Ramiro Blancas, nuestro guía, que desde esta próspera y fecunda localidad se colonizaría toda África austral.
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