viernes, 26 de febrero de 2016

agrupamiento estadístico del tiburon blanco


Entrevistado por la BBC el doctor Bob Hueter, empleado del Mote Marine Laboratory’s Center for Shark Reserch en Saratoga, Florida, comentaba que “cuando tienes múltiples ataques solo pueden deberse a uno o dos factores o a una combinación de ambos. Lo más obvio es que haya más tiburones en un lugar que la gente frecuenta por alguna razón. El otro factor —normalmente el más difícil de entender— es el concepto del agrupamiento estadístico. Que tengas dos sucesos que parecen relacionados en el tiempo y el espacio no significa que tengas una tendencia. Esto es lo que la prensa no suele comprender, pues en el momento que dos sucesos coinciden empiezan a hablar en las noticias vespertinas sobre un incremento de esto o de lo otro. Y no necesariamente tiene por qué ser el caso“. John G. West, encargado de la división australiana de Shark Attack File, explicaba: “Sabemos que los tiburones blancos nadan a lo largo de la Costa Oeste de Australia durante diversos periodos del año en busca de comida y posiblemente lugares para aparearse. Llevan haciéndolo millones de años. Su camino los pone en contacto con la costa y en algunos casos con gente en el agua. El mayor número de ataques en las dos últimas décadas coincide con las estadísticas internacionales de ataques de tiburón porque ha aumentado la cantidad de gente en el agua“. Christopher Neft, de la Universidad de Sidney declaraba: “Tenemos que reconocer que hay más personas en el mar, durante periodos más prolongados de tiempo, haciendo más cosas, más a menudo. Ahora mismo es invierno en Australia y todavía es la temporada de surf“.
Pusilánimes, las autoridades acabaron por ceder a la presión. El tamtan amarillista ganaba la partida, solemnizando lo que no es sino pura sinrazón (mueren muchas más personas al año por picadura de abeja que por mordiscos de un escualo). Quedaba abierta la veda. En efecto, el gobierno regional ha dado luz verde a un plan de dos millones de dólares para cazar cualquier tiburón que nade cerca de las playas y suponga un “riesgo evidente“. Da igual que el blanco sea una especie protegida en Australia desde 1996. O que se encuentre al borde de la extinción tras décadas de sobrepesca. Dice el gobernador del territorio, Colin Barnett, que “siempre pondremos la salud y seguridad de los bañistas por encima de las del tiburón. Se trata, después de todo, de un pez. Mantengamos la perspectiva“. Severo y contundente, Barnett. Vuelve de la cocina con el periódico en una mano y el emparedado en la otra, se atraganta con las columnas de opinión, consulta a sus asesores y, tras agarrarse al reposabrazos del butacón, para no caerse, da por finalizadas las mariconadas, los documentales, las tesis y tesinas, los experimentos, y carga el telerrifle. Solo un pez, dice. ¿Solo? ¿Sí? Queremos proteger a los grandes depredadores… Descontado el kilómetro sentimental. Siempre que husmeen, se arrastren u hociqueen lejos de casa. Mejor en países pobres. ¿Tiburones, jaguares, cocodrilos? Faltaría. Si no chingan al turismo. Si la prensa, ávida de carnaza, no malinterpreta unos sucesos azarosos y exige demostraciones testiculares. Dejen que los biólogos gesticulen y que la servidumbre prepare la cañonera. Puede que Barnett escriba un libro en el futuro. Como si Australia fuera Uttarakhand y él Jim Corbett.

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