En el último año cinco personas han muerto a consecuencia del ataque de un tiburón en la costa occidental australiana. El 31 de marzo de 2012 el buzo de 33 años Peter Kurmann fue atacado cuando buceaba junto a su hermano. A 1,6 kilómetros de la orilla, en la playa de Stratham, situada a 230 kilómetros de la ciudad de Perth. Stratham es una playa que extravía la mirada, de cielos trajinados por las nubes y agua color plomo. El cadáver de Kurmann fue trasladado a la Port Geographe Marina en Busselton. Murió desangrado y su agresor fue un tiburón blanco. Cinco meses antes, el 22 de octubre de 2011, el estadounidense George Thomas Wainwright, 32 años, fue abatido por un tiburón blanco de aproximadamente tres metros. Waingwright nadaba a 500 metros de la isla Rottnest. Un islote verde y blanco rodeado de aguas color turquesa. Veinte kilómetros al norte de Perth. Sus compañeros observaron desde el barco una explosión de burbujas. Minutos después el cuerpo de Waingwright, severamente mutilado, salía a la superficie. Suma y sigue. El 10 de octubre de 2011Bryan Martin, empresario de 64 años, salió a tomar su baño diario en la playa de Cottesloe, Perth. La última vez que se le vio se encontraba a 300 metros de la orilla. Los equipos de salvamento hallaron sobre el lecho marino los restos de su bañador. Presentaban incisiones similares a las que causan los dientes de un tiburón blanco, con lo que Martin engrosó la rara lista de personas devoradas. No, muertas no; devoradas. En la misma playa, Cottesloe, el último ataque mortal había tenido lugar en 2001. Kenneth Crew, 49 años, fue atacado por un tiburón blanco de seis metros mientras nadaba en aguas de menos de un metro de profundidad. Durante más de cinco minutos unos cien bañistas contemplaron a Crew agitar los brazos mientras una enorme aleta patrullaba a su lado. El tiburón atacó, le arrancó una pierna y Crew falleció en minutos. También mordió a su amigo Dirk Avery, 52 años, que había acudido en su auxilio. Avery sobrevivió. Como detalle al margen, sepan que rara vez el jaquetón arremete contra una segunda presa. No lo necesita. La víctima morirá desangrada y solo necesita esperar. En el supuesto de que quiera comérsela. Siempre que no desaparezca tras comprobar que su hipercalórica foca era un mono con tendones, hueso lirondo. A las 13.00 horas de la tarde del 4 de septiembre de 2011 Kyle James Burden, de 21 años, hacía bodysurfing en la bahía Bunker, en Cape Naturaliste, a 260 kilómetros al sur de Perth, en compañía de decenas de bañistas. El tiburón pasó junto al hermano de Burden. El hombre peleó con su tabla a modo de parachoques, a puñetazos y patadas, hasta que fue arrastrado. Terminó cortado en dos. Algunos recordaron a una supuesta hembra, grande y vieja, que patrulla las aguas en busca de comida fácil. Los especialistas sonrieron melancólicos. El rogue shark es un mito. Lo más probable: el tiburón lo había confundido con una de las focas que frecuentan una colonia próxima. Como en el caso de Wainwright, Crew y Avery, abandonó tras el ataque inicial. Asunto distinto es que el mordisco exploratorio sea potencialmente devastador. O que el impacto de la colisión pueda equipararse al de un coche. Sigo… 2012. El 14 de julio Benjamin Charles Lidenpracticaba surf en una playa cercana a la isla de Wedge, 180 kilómetros al norte de Perth. Fue atacado por un tiburón blanco. Matt Holmes pilotaba una moto de agua en las inmediaciones. Acudió al rescate tras dejar en la orilla a un amigo, al que había remolcado. Visualicen una descomunal mancha de sangre. Liden en medio. Inerte. ¿Muerto? Sí. El tiburón observa a Holmes acercarse. Nada hacia él. Saca la cabeza del agua (el blanco es el único con ese peculiar comportamiento: lo hace para otear a sus presas, focas y demás, cuando duermen sobre las rocas). Empuja la moto e intenta que caiga al agua. Holmes gira y regresa para recuperar los restos del surfista. El tiburón se adelanta. Elige entre las piernas y el torso de Liden. Toma el segundo y desaparece.
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