Los materiales que se van encontrando y que pertenecen a distintos períodos, permiten ir develando la secuencia evolutiva de las especies. En el caso de los tiburones, lo único que suele preservarse son los dientes, porque el resto de sus cuerpos son cartilaginosos.
Estos predadores tienen la característica de que cambian sus dientes de manera permanente. En un año, pueden desprender cerca de dos mil piezas dentales, que van quedando en el fondo marino y son un elemento clave para los paleontólogos.
A través de ellos, se pudo reconstruir un linaje de tres especies hasta llegar al tiburón blanco: entre el Isidus plicatilis, que es la forma más antigua y poseía dientes lisos; una forma intermedia, que tenía dientes semiaserrados, que se formó en el océano Pacífico, hace unos siete millones de años, y de alguna manera llegó a cruzar al Atlántico; y, por último, el Carcharodon carcharias, que es el tiburón blanco tal como se lo conoce ahora.
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