LA MUERTE BLANCA
(1936) de Edwin G. Bowen
Los tiburones han existido desde tiempos inmemoriales, y no es de extrañar que, en sus andanzas, se tropezaran con cazadores sedientos de sangre y aletas, que intentaban poner fin a su existencia cuando se alertaba sobre los ataques de estos. Muchos décadas antes de que Spielberg entrara en escena con su tiburón de marras, o John Huston nos dejara anonadados con su Moby Dick, ya existían personajes aventureros que se enfrentaban a amenazas de todos los colores. Muerte Blanca se apodaba al famoso tiburón blanco que siempre ha estado en el ojo del huracán, por culpa de sus ataques e interacciones nada agradables con el ser humano. Todos sabemos que es cosa de instinto animal y que no se puede evitar o suprimir por las buenas.
Esta película estaba a medio camino entre un documental y una ficción. Se centra en la vida de Zane Grey, un personaje real que se interpreta a sí mismo. Pese a no ser estrictamente una película de terror, es una de las primeras producciones que inspirarían después a escritores y cineastas. Y también una de las primeras en mostrar en como dar caza a un violento tiburón blanco, los riesgos que ello conlleva, y también la oposición de los amantes de la naturaleza a la hora de dañar a esta particular especie. Sin duda toda una curiosidad que nos llegaba de tierras australianas, y que nos demuestra que hay cosas que no cambian con los años, ni los animales, ni las propias personas.
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